The Simple Life
Ayer por la mañana, mientras caminaba hacia la oficina, venía pensando que esto del stress realmente colmó mi paciencia. Bocinazos, smog, teléfonos celulares sonando todo el día...es cierto que soy bien urbana, pero añoro una vida de campo. O al menos una vida más tranquila que me garantice que no terminaré con una úlcera. La vida de Carrie y sus amigas puede ser muy glamorosa, pero no es real y Santiago no es Manhattan ni los sueldos alcanzan para Manolos y vestidos de Prada.
A veces pienso que sería feliz dedicándome a mi cerámica, bordando punto cruz y cocinando cosas ricas para Chris. Suena medio “elviro” mi comentario, pero de verdad que estoy cansada y este ha sido tema recurrente en mi cabeza en el último tiempo.
Santiago me está agobiando. Hoy no sabía como pasar por la vereda, que estaba medio atravesada por un camión tolva, el que intentaba salir a una calle atochada de autos que, obviamente, no le daban la pasada. Eran las 8.30 de la mañana. Nadie puede empezar así el día. Y eso no es nada comparado con la gente que viene en la pisadera de la micro o aplastada en el metro.
Hoy hablaba con la Carola, una de mis tres amigas de universidad, a quienes cada vez veo menos, y por enésima vez comentábamos que tenemos que intentar juntarnos al menos una vez al mes, algo que hemos intentado ya sin lograrlo. Porque eso es lo más realista para todas. ¿Una vez al mes? Ese es el tiempo que podemos darnos. Sólo gracias a messenger, puedo estar en contacto con ellas todos los días y la ausencia no se hace tan grande.
Tengo ganas de volver a mirar y apreciar los atardeceres y la luna llena. Volver a escribir cartas o mi diario. Sentarme a tomar un café con un chocolatito tranquila después de almuerzo. Valorar el trabajo bien hecho. Leer más. Darme el tiempo de preparar un plato rico y saborearlo con ganas.
El otro día me llegó un mail de una amiga periodista que no veo hace mucho y que ahora también se va a dedicar a preparar aperitivos y postres a pedido. Si al final, uno tiene que hacer lo que le gusta y el diploma no vale tanto como uno cree en la universidad. Además, hay que ganarse la vida y los ingresos extra siempre son bienvenidos. Porque, claro, en la ciudad los gastos también son más.
Finalmente, todo se resume en hacer lo que uno de verdad quiere. No porque tiene un título. En mi caso, creo que los caminos apuntan a escapar de la ciudad. Escribir, pintar. Quiero que mis hijos jueguen subidos arriba de los árboles y no frente a un televisor con control del Play Station en la mano. Pero la idea siempre está dando vueltas...sólo queda hacerla realidad.
A veces pienso que sería feliz dedicándome a mi cerámica, bordando punto cruz y cocinando cosas ricas para Chris. Suena medio “elviro” mi comentario, pero de verdad que estoy cansada y este ha sido tema recurrente en mi cabeza en el último tiempo.
Santiago me está agobiando. Hoy no sabía como pasar por la vereda, que estaba medio atravesada por un camión tolva, el que intentaba salir a una calle atochada de autos que, obviamente, no le daban la pasada. Eran las 8.30 de la mañana. Nadie puede empezar así el día. Y eso no es nada comparado con la gente que viene en la pisadera de la micro o aplastada en el metro.
Hoy hablaba con la Carola, una de mis tres amigas de universidad, a quienes cada vez veo menos, y por enésima vez comentábamos que tenemos que intentar juntarnos al menos una vez al mes, algo que hemos intentado ya sin lograrlo. Porque eso es lo más realista para todas. ¿Una vez al mes? Ese es el tiempo que podemos darnos. Sólo gracias a messenger, puedo estar en contacto con ellas todos los días y la ausencia no se hace tan grande.
Tengo ganas de volver a mirar y apreciar los atardeceres y la luna llena. Volver a escribir cartas o mi diario. Sentarme a tomar un café con un chocolatito tranquila después de almuerzo. Valorar el trabajo bien hecho. Leer más. Darme el tiempo de preparar un plato rico y saborearlo con ganas.
El otro día me llegó un mail de una amiga periodista que no veo hace mucho y que ahora también se va a dedicar a preparar aperitivos y postres a pedido. Si al final, uno tiene que hacer lo que le gusta y el diploma no vale tanto como uno cree en la universidad. Además, hay que ganarse la vida y los ingresos extra siempre son bienvenidos. Porque, claro, en la ciudad los gastos también son más.
Finalmente, todo se resume en hacer lo que uno de verdad quiere. No porque tiene un título. En mi caso, creo que los caminos apuntan a escapar de la ciudad. Escribir, pintar. Quiero que mis hijos jueguen subidos arriba de los árboles y no frente a un televisor con control del Play Station en la mano. Pero la idea siempre está dando vueltas...sólo queda hacerla realidad.
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Saludos.